“LA HERIDA” (Fernando Franco, 2013)
Ana (Marian Álvarez) es una joven de veintitantos años. Trabaja como conductora de ambulancias, y vive con su madre en un pequeño apartamento. La primera vez que la vemos, fuma intensamente un cigarrillo fuera de su vehículo de trabajo, tirirando en el frío invernal. Un mar de emociones cruza su rostro atribulado. La cámara no corta. Hay algo invasivo en su atención. Ana recibe un mensaje de texto, pero el mensaje no satisface su ansiedad. Contesta con visible enfado. Su respiración se acelera, y empieza a caminar apresurada. Sin cortar la toma, la cámara la sigue hacia el interior del hospital. Hasta ese momento entendemos donde esta, y tenemos alguna pista de quien es y a que se dedica. Entra a un baño. No es sino hasta que entra al baño que encontramos un corte, recuperando la vista de la cámara dentro del baño. Adentro, Ana se sienta en el piso apoyada en las paredes metálicas de un retrete. Hiperventila y golpea su cabeza contra el metal. Recupera la posesión de sí misma, se echa agua en la cara. Segundo corte. Sale del baño, siempre con la cámara observándola, nos da la espalda y se acerca a la ambulancia donde la espera su compañero de ruta, tienen una breve discusión y ella toma el volante. Tercer corte. Ana maneja, sólo vemos su nuca. Cortamos al título sobre fondo negro, “La Herida”.
Esta breve secuencia, de casi cuatro minutos, establece el estilo visual y la estrategia narrativa de Franco. Su película esta construida con tomas largas que registran con insistencia el comportamiento de su protagonista. Sería un error sugerir que nos presenta el mundo desde el punto de vista de Ana. La cámara observa objetivamente, con el distanciamiento de un científico, o un psicólogo. Tome nota de como, a lo largo de la película, el director filme una imágen recurrente, Ana, caminando de espalda a nosotros. No vemos su rostro, sólo su cuello y cabeza. La seguimos a donde quiere ir. Solo hay un par de tomas en las cuales no la vemos, y son dos puntos de vista que registran paisajes banales. El primero, a mitad del metraje, cuando ella viaja a otra ciudad para participar en la boda de su padre. El segundo en el acto final, cuando visita un paradero de montaña en busca de catársis emocional. Son dos tomas breves. Cualquier información, tenemos que deducirla de la acciones de Ana, sin la mediación de un narrador omnipresente. Lo más cercano que tenemos a diálogos expositivos, son las conversaciones que tiene via chatroom con un suicida incipiente que sólo conocemos por su pseudónimo cibernético, “Absurd_Man_75”. Conversan, con inquietante desenfado, sobre quitarse la vida. Son los momentos menos sutiles de la película.
En términos formales, Franco emula el estilo de los hermanos Luc y Jean Pierre Dardenne, incansables cronistas de la clase trabajadora belga. A lo largo de una extensa filmografía, los Dardennes han retratado la silenciosa desesperación de la clase trabajadora en una sociedad indiferente. Quizás sus protagonistas viven absortos en sus dramas personales, ignorantes de las fuerzas que moldean sus destinos, pero las películas son sociológicamente astutas, y claras en su ideología. Es aquí donde Franco se separa de ellos. Su visión es menos sofisticada, y eminentemente personalista. Ana pertenece a la clase media, pero su foco de conflicto es interno: su salud mental, o más bien, la falta de la misma.
La película se inclina por el melodrama al revelar el foco de stress de Ana: una relación amorosa que se desmorona bajo el peso de su patológica atención. La fuente del ataque de ansiedad inicial se revela en una conversación telefónica posterior. Nunca escuchamos al hombre al otro lado del móvil, de acuerdo a la concentración de la película en Ana. La llamada culmina cuando Ana, frustrada y furiosa, lanza su teléfono contra la pared. A la mañana siguiente, aprovecha el baño para cortarse y echar jugo de limón en sus heridas. Quiere que el cuerpo sienta lo que siente la mente.
La acumulación de información que se nos presenta mediante acción y comportamiento nos permite, eventualmente, entender que Ana padece un desorden emocional. Inusualmente, vi la película en blanco, sin conocer ningún detalle sobre su trama. Es un ejercicio interesante, que nos permite descubrir genuinamente las intenciones de la narrativa, sin la mediación de las herramientas promocionales. También infunde un curioso sentido de suspenso. En la escena inicial, pensé que reaccionaba al diagnóstico de una enfermedad terminal. Cada escena subsiguiente te obliga a re evaluar lo que has visto. Nadie dice “síndrome de personalidad límite” durante el metraje de “La Herida”, pero esa patología es la que padece su protagonista. Una búsqueda en internet, posterior a la vista de la película, me reveló que el director originalmente planeaba producir un documental sobre personas aquejadas por ese mal, pero finalmente se decidió por usar su investigación para nutrir una pieza de ficción, pues era muy difícil retratar con naturalidad a las personas que padecen este mal. No tenemos que ponerle nombre a la enfermedad. Para los efectos de la película, basta observar.
Franco se preocupa por presentar a Ana como una persona completa, con algunos remansos de vida funcional. Es claro que le gusta su trabajo. Un par de escenas en las cuales interactua con pacientes la delata como una persona compasiva, capaz de salirse de sí misma para conectar emocionalmente con otros, al menos por poco tiempo y en términos controlados. Compare esos momentos con la cariñosa pero remota relación con su madre, o la catastrófica visita que hace a su padre para participar en su boda. Poco a poco, se hace patente que la enfermedad complica todas las relaciones personales de Ana.
El climax de la película la reune con Alex, el novio que la ha dejado. Esto reafirma la relación amorosa como columna vertebral de la narrativa. El doble opuesto de Alex es el amigo virtual, Absurd_Man_75, quien ominosamente deja de contestar los mensajes de Ana. La joven esta atrapada entre esos dos polos imposible: por un lado, la extinción del ser que ofrece el suicida. Por otro, una relación romántica imposibilitada por su enfermedad. Es encomiable que Franco no pinte a Alex como un villano, y que tampoco ofrezca soluciones fáciles.
Ana construye castillos en el aire sobre las condiciones que traeran a Alex de vuelta a su vida. Se aferra a la idea de tener pareja como si fuera un salvavidas. Compra un auto, le ofrece viajar a un restaurante de montaña que le gustaba. Pero él ya dejó la relación atrás. La película la deja suspendida en el escenario ideal de la conciliación que nunca llegará. Es emocionalmente devastadora.
¿Por qué ver una película tan dura? Pues, porque hay algo gratificante en observar a un artista lidiar con un tema tan difícil como este. También se disfruta de la capacidad histriónica de la actriz. Marián Álvarez es una revelación en el papel protagónico, y logra imprimir una inquietante naturalidad en los momentos más extremos. Finalmente, “La Herida” puede servir para cultivar comprensión y compasión hacia las personas que conviven con este tipo de problemas. Y Fernando Franco, veterano editor de decenas de películas, es también un director a seguir.
“La Herida” se presentó en el marco del Curso de Apreciación Cinematográfica del Centro Cultural de España de Nicaragua, en colaboración con la Universidad Centroamericana de Nicaragua (UCA). La próxima proyección, correspondiente a la película “Estocolmo» (Rodrigo Sorogoyen, 2013) tendrá lugar el lunes 7 de septiembre, a las 3:00 pm, en el Auditorio Roberto Terán de la UCA. La entrada es gratuita. “Estocolmo” ganó el Premio Goya 2014 en la categoría de Mejor Actor Revelación (Javier Pereira), y además fue nominada a Mejor Actriz Revelación (Aura Garrido) y Mejor Director Novel (Rodrigo Sorogoyen). Inédita en Nicaragua. Puede ver las escenas promocionales aquí: