ESTOCOLMO de Rodrigo Sorogoyen (2013)

ESTOCOLMO de Rodrigo Sorogoyen (2013)

Garrido y Pereira: embriagados por el romance de la noche en Estocolmo de Rodrigo Sorogoyen.
Garrido y Pereira: embriagados por el romance de la noche en Estocolmo de Rodrigo Sorogoyen.

Pocas veces llego a una película en completa ignorancia sobre sus antecedentes, su premisa o las vicisitudes de su creación. Pero ese estado de ignorancia – o gracia – es quizás la mejor manera de experimentar «Estocolmo» de Rodrigo Sorogoyen. Su largometraje debut fue dirigido a cuatro manos con Borja Soler.

“Estocolmo”, el título, es sólo la primera pieza de indirección que nos espera. La acción arranca en una fiesta de gente joven, que se han tomado un edificio abandonado para hacer de las suyas. Es un “rave” bien montado, con juegos de luces, DJs y bandas en vivo. El escenario delinea el mundo de la película: esta habitado exclusivamente por jóvenes. Nunca vemos a ningún adulto. Más adelante, alguien hablará con su madre por teléfono, pero ni siquiera escucharemos la voz de ella. Hay algo iconográfico en la manera en que la cámara retrata el ambiente y las personas. Como si Sorogoyen quisiera decirnos «así vivimos los jóvenes ahora”.

Dos amigos conversan sobre Laura, una muchacha que nunca vemos. Ella se ha marchado a Estocolmo detrás de un tipo. Uno de ellos pretende sorprenderla allá, en una elaborada charada para avergonzarla. Nunca sabremos si llega a hacerlo. De hecho, nunca volvemos a saber de Laura y su escapada escandinava. Uno de los chicos (Javier Pereira) abandona la fiesta y de salida, cruza la mirada con una desconocida (Aurora Garrido). Decide abordarla, confesándole que se ha enamorado instantáneamente de ella. El avance no funciona, ella huye con sus amigas. Pero él no se rinda facilmente. Con algunas maniobras desesperadas, consigue quedarse a solas con ella, caminando por las calles de la ciudad.

La película esta dividida claramente en dos partes, en géneros y estilos que contrastan. Nunca sabemos los nombres de los personajes, aunque el muchacho sugiere en afán de broma que se llama “Bartolo”. En los créditos finales, están identificados como “El” y “Ella”. Esto le da a los personajes una cualidad genérica, deliberadamente no específica. Más que individuos particulares, son «el» hombre y «la» mujer. Sus acciones y reacciones se extienden a todo el género, a un hombre o una mujer especifica. La carga simbólica se refirma con recursos visuales, como una imágen recurrente de ambos, de espaldas, lado a lado, contemplando estampas urbanas de esteticismo que no estaría fuera de lugar en un anuncio comercial.

La primera parte se desarrolla en la noche, y cubre un elaborado ritual de seducción. La pareja camina por la ciudad pululante de actividad nocturna. Un filtro azulado y las luces de neón que se refractan le da al ambiente un aura de ensueño. La música electrónica le da pulso a a acción. La gente de fiesta y los que trabajan para sostenerlos van y vienen. El tono es ligero y desenfadado, la conversación chispeante. Con cierta decepción, asumí que estaba viendo una versión española de “Before Sunrise” (Richard Linklater, 1995), 20 años demasiado tarde. En esta parte, Sorogoyen formula “Estocolmo” como encantadora comedia romántica, tan llena de amor que se enamora de sí misma.

Los inminentes amantes son adorables, nunca más que cuando él accede a desnudarse y salir a la calle gritándo que está enamorado, después de que ella le impone ese desafio para probar la veracidad de sus sentimientos. Ella accede a subir a su apartamento para tomar una copa.

La conversación culmina con un paso en falso. Ella huye del apartamento baja corriendo las escaleras, mientras el la persigue. El tono casual y realista es suplantado por estilización extrema. Los personajes se mueven en cámara lenta, mientras “La Gazza Ladra” de Gioachino Rossini resuena en la banda sonora. Parece un homenaje a Stanley Kubrick, siempre amante de las composiciones visuales implacables, y la yuxtaposición de acción contemporánea y música clásica. Él la detiene, ella sucumbe. Un fundido a negro parte la película en dos.

El otro lado de «Estocolmo»

Lejos de "Estocolmo":Garrido y Pereira con la resaca del día siguiente.
Lejos de «Estocolmo»:Garrido y Pereira con la resaca del día siguiente.

Los amantes han consumado el acto sexual fuera de cámara. Desde el punto de vista de ella, despertamos en una habitación oscura. Escuchamos como él se mueve por el apartamento, y el ruido de la calle. La ciudad también ha despertado. Cuando se re encuentran, el amante desaforado ha sido suplantando por un conocido, atento pero emocionalmente remoto, que no haya las horas de que ella se vaya. Ella, a su vez, ya no es la muchacha segura de si misma. Se siente estafada por el juego de seducción, y se niega a abandonar el apartamento. Las hostilidades escalan, hasta que un aparente acto de conciliación da paso a un pasmoso ejercicio de violencia.

Si la primera parte era un comedia romántica, la segunda es un drama misantrópico, con una visión deprimente de la naturaleza humana. Estilísticamente, Sorogoyen la convierte en el opuesto perfecto de su antecesora. No hay luces de neón ni filtros de colores, sólo luz natural es un apartamento de blancura antiséptica. Tampoco hay música, solo el rumor del tráfico en la calle, el aire acondicionado y los electrodomésticos que puntualizan la vida mundana. Aquí, el estilo recuerda al director austríaco Michael Haneke, implacable obsevador de la naturaleza humana en sus peores momentos. A la vista de «As Bestas», el filme que 10 años mas tarde le valió el Premio Goya, uno puede distinguir que a pesar de las apropiaciones, «Estocolmo» es de Rodrigo Sorogoyen.

Puede ser vulnerable a críticas por apropiarse sin sonrojo de los estilos de otros directores, pero la emulación es tan clara y directa, que más bien funciona como homenaje cinéfilo. “Estocolmo” juega con la expectativas de la audiencia, afinadas por casi un siglo de convenciones narrativas, para mimetizarnos con la agenda del personaje definido como protagonista. Por supuesto que el muchacho es encantador, si se presenta como tal y queremos creerle. Pero la segunda parte de la película nos obliga a confrontar su verdadera agenda. ¿Que pasa si en efecto todo era una mentira, una especie de interpretación dramática para convencer a una desconocida a tener sexo? Ya no se ve tan adorable, ¿verdad?

Alguno espectadores no aprecian que les revienten la burbuja del encantamiento. Otros denotan un complejo de superioridad adolescente en la actitud del cineasta, que quiere ponernos en evidencia como ilusos románticos. Creo que el juego de Sorogoyen funciona, precisamente por la disciplina de su construcción. El desconcierto que podemos experimentar ante el cambio de registro, de la comedia al drama, es la materia misma de la película. Tome nota de como siembra la atencipación con indicios que después alimentarán las acciones de los personajes. Él toma nota de como las amigas de ella la sobre-protegen. En la segunda parte, entendemos porqué. Vemos como ella carga pastillas en el bolso, y entendemos que miente flagrantemente cuando le asegura a su madre que se las ha tomado.

El momento más artero de anticipación puede pasar desapercibido. La secuencia de “La Gazza Ladra” sigue a los personajes mientras descienden, ella por las escaleras, él por el ascensor – ecos de «El Último Tango en París» de Bernardo Bertolucci, otra problemática exploración de sexo destructivo -. La escena juguetona planta conocimiento en nuestro subconsciente sobre la verticalidad y altura del edificio. Ese conocimiento tendrá un efecto devastador en el desenlace.

Una maquinaria como esta se hace y deshace con los actores. Afortunadamente para Sorogoyen, encontró el talento ideal. El hecho de que Javier Pereira y Aura Garrido sean novatos, permite que los aceptemos con facilidad como un chico y una chica prototípica. La universalidad habría estado erosionada por una estrella que acarrea consigo el bagaje de una carrera y una personalidad definida. Aún si las manipulaciones de “Estocolmo” le colman la paciencia, puede reconocer en los actores un conexión pura con lo más ligero y lo más oscuro de la naturaleza humana.

“Estocolmo” de Rodrigo Sorogoyen y Borja Soler se presentó en el marco del Curso de Apreciación Cinematográfica del Centro Cultural de España de Nicaragua, en colaboración con la Universidad Centroamericana de Nicaragua (UCA). La próxima proyección, correspondiente a la película “Diamantes Negros” (Miguel Alcantud, 2013) tendrá lugar el lunes 21 de septiembre, a las 3:00 pm, en el Auditorio Roberto Terán de la UCA. La entrada es gratuita.

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