«KEDI: LOS GATOS DE ESTAMBUL» (Ceyda Torun, 2017)
Cualquier persona que haya manejado una cámara de video, y que tenga algún conocimiento superficial de como son los gatos, podrá apreciar la proeza logística que representa “Kedi”, el documental de Ceyda Torun. La película sigue a diferentes gatos que habitan entre la domesticidad y la independencia, en el Estambul contemporáneo. En el arranque, una gata que toma un pedazo de comida y corre al interior de otro edificio para alimentar a su camada de gatitos. Es una acción simple, pero registrada u editada de principio a fin como si fuera un filme dramático silente. Queda claro que Torun no va a manufacturar drama. Su agenda es darle forma a lo que encuentre.
No hay narrador omnisciente. La narración toma forma por los testimonios de ciudadanos comunes que reflexionan sobre su relación con esta especie en particular. Es aquí donde “Kedi” manifiesta su cualidad más exótica para nosotros. En Turquía, la relación entre los humanos y los gatos es profundamente respetuosa. Lo animales no son simplemente tolerados, mas bien, constituyen una parte valiosa del tejido social. El propietario de un pequeño café usa las propinas para pagar el veterinario del gato que han adoptado. Un hombre sale todos los días a alimentar decenas de gatos callejeros. Le da crédito a esta acción por haberlo sacado de una depresión años atrás.
De alguna manera, los gatos son el pretexto para armar un filme de viaje dedicado a retratar la vida cotidiana en Estambúl. La cámara vaga por las calles de la ciudad con la parsimonia de alguien que no tiene prisa en llegar a ningún lugar en particular. No se percibe ningún afán en vender Turquía como destino turístico. Torun nos introduce en las zonas menos espectaculares de la ciudad, donde la belleza surge de la idea de observar a la humanidad en movimiento, ocupando su espacio, y conviviendo armoniosamente con otra especie.
Los humanos proyectan sus preocupaciones sobre los animales, convirtiéndolos en agentes de reinvindicación. Un pescador que alimenta a una camada de gatitos bebés abandonados a la orilla del mar cuenta como logró reponer un bote perdido en una tormenta cuando un gato lo condujo a una billetera llena de dinero. Una joven reflexiona sobre la visibilidad de la mujer en la sociedad turca. Un hombre lamenta el proceso de gentrificación de la ciudad, que suplanta las edificaciones tradicionales con rascacielos de concreto, hierro y vidrio. Se preocupa porque los gatos sean desplazados, al no poder encontrar el sustento en este nuevo orden urbano. En su voz podemos percibir que bien puede estar preocupado por sí mismo, y las personas que no puedan pagar por el nuevo estilo de vida.
El documental no confronta la volátil situación política del país, provocada por el presidente Recep Tayyip Erdogan, y su acaparamiento del poder. La única alusión es un graffitti, visible en una pared, con un estencil del mandatario y la leyenda “Erdo-gone” – en español, el juego de palabras se pierde en “Erdo-vete”). Torun no tiene ninguna obligación de ser más beligerante que eso. Su agenda es antropológica y humanista, o mas bien, animalista. Es probable que aún en este paraiso de gatos exista gente menos que caritativa con ellos, pero al decidirse por retratar ejemplos de convivencia respetuosa y amorosa, exalta su ciudada más allá de su calidad de escenario para una coyuntura política particular. Estambúl se vuelve una especie de paraiso, donde el hombre y el animal conviven en paz. El único episodio de violencia es una escena de lucha territorial entre dos gatos.
Existe una máxima, adjudicada a Mahatma Ghandi, que dice que “una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”. Si ese fuera el caso, Nicaragua está más atrasada de lo que se creería. Aquí nadie parpadea dos veces antes de atropellar a un gato, tildarlos de “traicioneros”, o botar a una camada entera en saco. Si tuviera un dólar por cada persona que me previene de tener un gato porque “dan toxoplasmosis”, sería un hombre rico. Historia verdadera: en el grupo de wassap de mi vecindario, alguien sugirió sin empacho que se podía dar vidrio molido a los gatos callejeros que importuban a otro vecino. Para darle un toque de humor, ilustró el comentario con el emoji del gatito sonriente. La persona recibió una lluvia de críticas, y creo que fue expulsada del grupo. Sin embargo, la anécdota ilustra como el sentimiento anti-gato es socialmente aceptable. El internet puede estar lleno de memes de gatitos, pero eso no se traduce en cariño en el mundo real.
En los últimos años, algunas iniciativas han puesto en la palestra pública los derechos de los animales. Algunos ciudadanos han fundado refugios, y en las redes sociales, abundan las denuncias contra abusos que antes eran vistos como normales. Aún en estos esfuerzos, los gatos se muestran subrepresentados. El perro les lleva ventaja en términos de aceptación social. Quizás la distribución masiva de “Kedi” pueda provocar un cambio de actitud.
Confesión de parte: me gustan los gatos. A lo largo de toda mi vida, he tenido varios: el gato Bill consumió mis primeros salarios, para pagar un veterinario que curara las heridas provocadas por cruentas batallas territoriales con gatos callejeros. El gato Mundo, que un día apareció con un gatito huérfano que había adoptado, eventualmente bautizado como el gato Pancho. Marlinspike, que desapareció hace un par de meses. De niño, tuve dos gatitas negras, hermanas, que no llegaron a tener nombre, pues rápidamente fueron expulsadas por romper unas cortinas. Apartándolas a ellas, todos llegaron por su propio pie, y se fueron así. En Nicaragua, el gato sigue siendo más libre que doméstico, y quizás por eso, no logra rivalizar con el perro en la corte de la opinión pública.
Quizás querer a los gatos lo condiciona para experimentar “Kedi” como una especie de reafirmación personal. Ciertamente, el interés personal ayuda a entrar en sintonía con su ritmo pausado y contemplativo. No tiene una historia discernible. Es más bien una colección de estampas sobre la vida en la ciudad. Es lo más cercano que estará a vagar sin rumbo por Estambúl, entablando conversaciones breves con la gente que encuentra a su paso. Hay tantos gatos alrededor, que lo más fácil es hablar de ellos. Son el tejido conjuntivo de la experiencia humana.
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