CINE Y PERIODISMO: “AUSENCIA DE MALICIA” (Sydney Pollack, 1982)
Juan Carlos Ampié
En el Miami de principios de los 80s, Megan (Sally Fields) es una reportera hurgando noticias frescas en los resquicios de las agencias gubernamentales. Un equipo especial de la fiscalía le filtra indirectamente su intención de investigar al hijo de un mafioso fallecido por la desaparición de un líder sindical de los estibadores del puerto de Miami. Se trata de Gallagher (Paul Newman). A pesar de su linaje, es un hombre honesto. La fiscalía sabe que no tiene nada contra él, pero espera que, acorralado, presione entre sus contactos del bajo mundo y los lleve al culpable. A la periodista la inocencia no le atañe. Después de todo, sólo esta reportando que será investigado. Pero el resultado de la noticia destruye la vida de Gallagher. Y el hombre se va a vengar.
El tiempo no ha sido amable con “Ausencia de Malicia”. El thriller periodístico de Sidney Pollack, justo antes de su racha dorada de los ochentas, sufre en dos maneras conspicuas. Primero, su política de género está fuera de tono con la sensibilidad del presente. Estamos supuestos a creer que puede existir un incipiente entre la periodista y el protagonista de sus noticias tendenciosas. Peor aún, puede haber un evento de violencia física del hombre hacia la mujer, que no parece hacer mella en la relación. Pero lo que en los 80s pasaba de noche, ahora deja un mal sabor de boca. El segundo problema tiene que ver con la música original de Dave Grusin. Es terrible. Esta ejecutada en un sintetizador que se asocia mas a los temas de las series de TV de los 70s, que al intemporal sonido sinfónico de los instrumentos tradicionales. Casi esperaba que al final apareciera la leyenda “Produced by Glen A. Larson”.
Algo que también envejece, pero de manera benigna, es la fotografía de Owen Roizman. Desde la secuencia de créditos retratando el proceso de diseño e impresión de un periódico, la película funciona como una cápsula del tiempo sobre un momento pasado en la historia de la prensa escrita. Que ahora en el paso al cine digital queden atrás además los lustrosos colores del celuloide no podría haber estado en los cálculos de sus creadores, pero tiñe con una capa de nostalgia extra las imágenes.
“Ausencia de Malicia” mantiene rabiosa actualidad en el despiadado retrato de las relaciones entre el periodista y las fuentes. Lo que era cierto a principios de los 80s, es cierto en el 2012: la incansable búsqueda de noticia y los intereses particulares de las fuentes puede ser una mezcla combustible. Tome nota de la forma en el jefe de la unidad especial de la fiscalía (Bob Balaban) le pasa la información a Megan. Ambos se reunen con una excusa desechable. El abandona su oficina, dejando un documento crucial sobre la mesa, y avisándole que se ira por un buen tiempo. Es como un ritual, una mascarada que le permite a cada una de las partes conseguir lo que quiere, manteniendo la ilusión de que no estan cruzando ninguna línea ética. La periodista quiere una notica sensacional que la lleve a la primera plana. El burócrata quiere ejercer presión sobre Gallagher. Todos ganan, menos Gallagher.
El personaje clave de la película es Teresa Perrone (Melinda Dillon, en una actuación que le valió nominación al Óscar como Mejor Actriz de Reparto). Ella es una amiga de infancia de Gallagher. Puede proveer una coartada para él en el día en que se registró la desaparición del líder sindical, pero a un costo personal muy alto. La joven mujer vive una vida conservadora. Es notorio el crucifijo sobre su pecho. Trabaja como asistente del director en una escuela católica, donde debe esconderse en el baño para poder fumar. Es soltera, y vive con su padre. Pero en la fecha crucial se practicó un aborto, producido por un romance “licencioso” – con un hombre que no es Gallagher, valga la aclaración -. Él la acompañó a otro estado, lejos de la conservadora Florida, donde pudo practicarse el procedimiento y recuperarse sin llamar la atención.
Teresa se reune con Megan para contarle la verdad. Cree que así puede ayudarle, pero no esta clara de lo que implica hablarle a un periodista en este contexto. La breve escena observa clínicamente el intercambio entre la periodista y la fuente, y cristaliza uno de los problemas mas grandes del periodismo: las consecuencias de compartir información personal no pueden medirse a priori. ¿Debería Megan aclarar los parámetros de la conversación antes de empezar a hablar? ¿Y si es ese el caso, con que grado de minuciosidad debe hacerlo? ¿Es su culpa que Teresa no entienda lo que pasa? ¿O que el sistema de valores de ella sea tan diferente al suyo? Lo que para la periodista auto-suficiente es una minucia – “A nadie le importará que te hayas hecho un aborto…¡es 1982!” -, para la solterona piadosa es una transgresión mayor (es irónico que en la Nicaragua de hoy, este giro dramático no sea uno de los elementos anticuados de la película).
Teresa accede, dudosa. Pero después no puede lidiar con las consecuencias de admitir publicamente la práctica de un aborto. En una conmovedora escena de una sola toma, la vemos recibiendo el amanecer en el umbral de su casa. No más escucha al repartidor de periodicos, sale descalza a recoger todos los ejemplares de sus vecinos. Es un intento futil por controlar la información que ha liberado. La imagen, poética y patética, prepara el terreno para la siguiente revelación: Teresa se suicida. La película responsabiliza a Megan por haber iniciado la escaramuza mediática contra Gallagher. En su escena con Teresa, es brusca y proyecta superioridad sobre la trémula mujer. Casi la averguenza para que hable. La agresión posterior, ejecutada por Gallagher en la bodega abandonada donde sólo él queda trabajando, es presentada como un castigo simbólico.
La película no cuestiona de ninguna manera la acción de Gallagher. Estamos supuestos a creer que Megan está recibiendo su merecido. Gallagher es tan noble que “la perdona” y no lleva la confrontación al extremo. Llorosa y trémula, Megan le pide algo para cubrirse. No puede salir a la calle con la blusa rasgada. En una escena posterior, él la visita en su apartamento y le lleva de regalo una blusa, para reponer la prenda destruida. Los estándares de conducta del presente descarrilarían “Ausencia de Malicia” si fuera una película contemporánea. Y nuestra simpatía por el protagonista se vería seriamente comprometida por sus acciones. Pero en 1982, estábamos supuestos a verlo como un caballero por partida doble. Primero por no agarrarla a golpe limpio, y después, por reponerle la ropa. Es en momentos como este que, a pesar de todo, se hace patente el avance en la sensibilización a la violencia de género.
Era imposible que Megan midiera la fragilidad emocional de Teresa durante la breve conversación que tienen en un parque. Y no podría preveer lo que sucedería después. La periodista no puede responsabilizarse de las reacciones negativas del entorno de su fuente, ni de las decisiones que la fuente tome a raíz de la admisión pública. En el mundo real, casi nadie revela nada por la bondad de su corazón o por un sentido de justicia. Los principios de defensa de la verdad y compromiso con la libertad de expresión son sólo uno de varios factores que operan en el momento. El intercambio entre el periodista y la fuente suele ser de mutuo beneficio. El periodista consigue la información que le servirá de materia prima para la noticia. La fuente consigue exponer su caso, promoverse personalmente, menoscabar adversarios, y el menor de los casos, validarse al aparecer en los medios. Teresa Perrone quiere salvar la reputación de su amigo, y se quita la vida porque no puede vivir con el eventual escarnio de su círculo íntimo. La película retrata, entonces, el carácter transaccional de la investigación, en una situación límite.
La misogínia implícita en el tratamiento del personaje de Megan envenena el pozo. Es imposible mantener la simpatía por Gallagher. Y la insistencia en mantener vivo el vínculo romántico socava incluso el final de la película. El desenlace natural de la película tiene lugar en la sala de redacción, donde Megan enfrenta la consecuencia final de sus actos. Es una escena precisa y lapidaria. Pero en lugar de terminar ahi, nos recetan un epílogo que deja abierta la puerta al amor. Es absolutamente innecesario. Tenemos que disculpar esas posiciones ofensivas y anticuadas para apreciar la inquietante faceta del oficio periodístico que “Ausencia de Malicia” ofrece.
* “Absence of Malice” esta disponible en NETLFLIX y en DVD de alta definición.