“BRAWL IN CELL BLOCK 99” (S.Craig Zahler, 2017)
“Brawl in Cell Block 99” es la película de acción más demente que he visto en años. Digo eso en sentido positivo. El filme de S. Craig Zahler es tan idiosincrático, que cayó entre las grietas del sistema de distribución comercial. Tuvo exhibición teatral limitada en EEUU, y ya esta rondando en los servicios de streaming, dejando a su paso una estela de sangre, tejidos blandos y masa encefálica.
Al principio, su premisa es bastante común. Bradley Thomas (Vince Vaughn) trabaja en un taller de automecánica. Nos lo presentan manejando una grúa, llevando un carro a reparar. Pero hay algo en su disposición, intensa y lacónica, que lo delata como un hombre con un pasado complicado. Sin mucha ceremonia, cuando llega a su destino, es despedido por su jefe. Al llegar a casa, descubre que su esposa, Lauren (Jennifer Carpenter) le es infiel. Desata su ira sobre su coche, antes de conversar con ella. Así sabemos que Bradley es capaz de infligir daño físico, pero opera bajo un tácitos principios morales. Puede ser un matón, pero pero tiene el corazón en el lugar correcto.
De entrada, la película contradice las reglas del filme de acción taquillero. Con el despido y la infidelidad, el héroe es emasculado por partida doble. Y para terminar de contradecir las expectativas, en una tersa conversación, Bradley perdona la transgresión de Lauren. Queda patente que, como adictos en recuperación, ambos son vulnerables. El distanciamiento de la pareja ocurre porque meses atrás, ella sufrió un aborto espontáneo. El luto parece envolver no solo a los personajes, sino a toda la película, fotografiada en tonos frios y azules. En este punto de inflexión, Bradley decide volver a su vieja vida, traficando drogas para Gil (Marc Blucas). Es la única manera en que puede construir la vida que ambiciona para su familia.
La película salta 18 meses en el tiempo. Re encontramos a Gil ejecutando sus labores de correo con minuciosidad. Lauren esta embarazada, y viven en un típico palacete de clase media norteamericana, que contrasta con la modesta casa donde tuvo lugar la decisiva conversación anterior. Si el hogar anterior tenía fotos viejas y objetos personales, el nuevo se ve impersonal y antiséptico. Como si ellos hubieran comprado una casa modelo, o vivieran dentro de un catálogo de decoración. La disonancia entre sujeto y ambiente anticipa que no pertenecen realmente a este espacio, o que no lo ocuparan por mucho tiempo.
Gil convoca a Bradley para asignarle un nuevo trabajo: recogerán un cargamento de droga para un nuevo socio, el narcotraficante mexicano Eleazar (Dion Mucciacito). El problema está en que Brad está acostumbrado a trabajar solo. No confía en los lugartenientes de Eleazar, el masivo Roman (Geno Segers) y el menudo Pedro (Victor Almanzar). Para convencerlo, Gil promete tres meses de permiso parental cuando Lauren dé a luz. A pesar de su estoicismo, Bradley es un buenazo. Por eso, termina navegando una noche en un bote, tratando de recuperar del fondo del mar un baul repleto de droga.
Sus presentimientos se convierten en realidad. La policía irrumpe en la escena, torciendo la alianza criminal. Bradley debe proteger la identidad de su jefe, matando a sus secuaces. El tiroteo lo deja encarrilado hacia la cárcel, donde una pugna de poder lo empujará a límites insospechados. Eleazar secuestra a Laure y amenaza con matarla, después de torturarla, a ella y al feto en sus entrañas. Para compensar por la pérdida millonaria, Bradley tiene que matar a un viejo enemigo del capo recluido en una prisión de máxima seguridad. ¿Como logrará nuestro anti-héroe que lo envíen al lugar correcto? Tendrá que ver el filme para descubrirlo, pero puedo anticipar que implica mucha, mucha violencia.
El elemento más distintivo de “Brawl…” es la paciencia del director S. Craig Zahler a la hora de construir su historia. El ritmo es deliberadamente lento y contemplativo. Cuando se presentan las secuencias de acción, favorece tomas abiertas y largas, que muestran claramente el atleticismo de Vaughn, y una coreografía clara y certera en su ballet de violencia. Inscribiéndose firmemente en la tradición amarillista, no se exime de presentar los efectos inmediatos de la fuerza en tomas breves pero certeras. El efecto es grotesco y electrizante. Bien puede discernir las manipulaciones de maquillaje y prótesis, pero esa viene más de la incredulidad que de la certeza. ¿Cómo se vería la cara de alguién después de que lo arrastren por dos metros presionándola contra el concreto? Si usted es muy sensible a imágenes violentas, esta película no es para usted.
El pretendido realismo que impera hasta que llegamos a la prisión se tira por la borda cuando Bradley es trasladado a Redfield, la prisión de máxima seguridad donde debe ejecutar la tarea impuesta por Eleazar. El complejo carcelario parece un castillo medieval donde todos los espacios pueden funcionar como sala de torturas. El esquema de color pasa de tonos fríos a cálidos, como si entráramos a la caldera del infierno. El lugar es gobernado por al alcaide Tuggs (Don Johnson). Él y sus subalternos visten uniformes que recuerdan a la SS del Tercer Reich. Los teléfonos celulares parecen confirmar que estamos en la época actual, pero todos los autos parecen estar sintonizando una estación de radio que solo toca música soul y funk de los 70. Es una sorpresa descubrir, en los créditos finales, que todas las canciones no son clásicos de la época, solo suena como que lo fueran. Zahler, además de escribir y dirigir, compuso los temas, y tuvo el atino de reclutar a los vocalistas de Eddie Lever y Walter Williams de The O’Jays; y Butch Tavares, del grupo homónimo para grabarlas. Por eso suenan tan auténticas. El efecto acumulado de todas estas pistas desorienta, de la mejor manera posible. Nos dice que estamos habitando un plano casi mítico.
“Brawl…es un triunfo de casting. Vaughn, acostumbrado a navegar en comedias usando como combustible su locuacidad, sorprende como hombre de acción de pocas palabras. Johnson se regodea en el contraste con su pasado de héroe en la serie “Miami Vice”. De hecho, cada personaje, sin importar cuán breve sea su aparición, es interpretado por un actor o actriz de sólida presencia. Cada uno reclama vida más allá de su fugaz cruce en el camino de Bradley. Podría hacerse otra película con Lefty (Willie C. Cooper), el preso veterano que le sirve de guía a Bradley. Note como siembran anticipación ante el encuentro con la trabajadora social Denise (Pooja Kumar), y como este termina siendo desvirtuado por un giro de la trama. Sin embargo, la presencia de Kumar, aunque breve, es sustancial. Es como si cada personaje viene cargado de posibilidades que quedan flotando en el ambiente. Lo fans de la serie de culto “Buffy La Cazavampiros” se sorprenderán al identificar en Gil a Marc Blucas, el agente Riley Finn que se destacó como interés romántico de la heroína una vez que el vampiro Angel (David Boreanaz) migró a su propia serie. El actor alemán Udo Kier despliega su electrizante energía negativa como el abogado que sirve de mensajero a Eleazar. Cuando se hace acompañar del silencioso abortista coreano, la pareja dispareja arrastra consigo la siniestra hilaridad de los personajes más memorables de Quentin Tarantino.
La puesta en escena funciona a fuego lento, con espíritu decididamente anticuado. Las tomas son largas, la edición es clara. No verá aquí montajes cortados a la velocidad del rayo, donde el espectador percibe cierta sensación de caos y acción, sin saber exactamente quien le hizo que a quien, y cuando. “Brawl…” es tan clara en visión como en sus intenciones: darnos un shock que eleva la adrenalina. Su estilo es tan contrario al imperante en productos de este género, su visión tan excéntrica y obtusa, que no es una sorpresa que haya sido invisibilizada por el estudio. Seguro que no sabía como mercadearla. La hipérbole de las franquicias de súperheroes, y los trucos que desafían las leyes de la física en “Rápido y Furioso” se encuentran en otro planeta. La violenta acción de “Brawl…” es directa, íntima y personal.
Sin embargo, si usted es fanático de la acción, tiene que buscarla a como dé lugar. Desde su inicio contemplativo hasta su lapidario desenlace, “Brawl in Cell Block 99” es un buen candidato a filme de culto. Para mi fue todo un descubrimiento, y ahora elevaré la prioridad de “Bone Tomahawk”, la película anterior de Zhaler que está disponible en Netflix.
<iframe style=»width:120px;height:240px;» marginwidth=»0″ marginheight=»0″ scrolling=»no» frameborder=»0″ src=»//ws-na.amazon-adsystem.com/widgets/q?ServiceVersion=20070822&OneJS=1&Operation=GetAdHtml&MarketPlace=US&source=ss&ref=as_ss_li_til&ad_type=product_link&tracking_id=jc05ce-20&marketplace=amazon®ion=US&placement=B074JQ8V7Z&asins=B074JQ8V7Z&linkId=c3e17e4ea8c89dc55a15aa18e3aae550&show_border=true&link_opens_in_new_window=true»></iframe>